Hoy estuve cocinando todo el día. Fui contratado para una comida que acaba de celebrarse, y acepté gustoso la pega porque cocinar es de mi agrado, pero sobre todo porque entre el parte, la revisión técnica y lo que cueste el arreglo para pasarla, a fin de mes hubiera tenido que fumar té y olvidar lo que significa almuerzo en la universidad si no hubiera aceptado.
Por enésima vez en este año, porque en mi casa cuando algo gusta se repite hasta que te parece intragable, tuve que cocinar la receta de risotto de champiñones que alguna vez encontré en una página de cocina de nombre igual al de una ex-Primera Dama de la República, pero adaptada en una versión libre de mi creación. Lo único que queda de la original es las tazas de caldo que hay que poner por cada taza de arroz, porque aunque la he hecho un montón de veces, soy incapaz de retener ese dato...
Los comensales eran ocho, más los no invitados a la comida, pero que viven en la casa (o sea mis hermanos y yo), sumaban un total de once personas. Nunca había hecho la receta para tanta gente. Además, como las medidas de caldo de la receta son en base a cuatro personas, para facilitarme la vida calculé pensando en doce personas, que ponerme a multiplicar todo por 2,75 me pareció demasiado agotador.
En las horas previas a la comida llamó una invitada para anunciar que no llegaba. Todos los demás llegaron, incluyendo a uno recién operado que no podía comer nada, y otra que no comió nada por motivos desconocidos. De los no invitados, una postuló que prefería fumar mucho y comer poco, y yo mismo fui incapaz de comer nada después de procesar alimentos todo el día, con lo que en resumen, en esta casa tendremos risotto para comer hasta Navidad.
Y así fue más o menos con todo lo que había. Todos los tupper (o táper, quien sabe) existentes en la casa estaban usados, así que tuve que empezar a pensar cómo organizar las cosas para que entrara todo en el refrigerador, que a mí no me gusta botar la comida, y menos si llevo todo el día preparándola. Tratando de encajar todo como si fuera un Tetris, encontré en el refrigerador un tupper con espacio mal aprovechado, sólo había un pedazo de pollo que había usado para hacer el caldo. Habían sobrado unos huevitos duros, y pensé que lo lógico era dejar los huevos junto a la gallina, aunque esto fuera un pollo y los huevos de codorniz.
Y así volvió a mi mente esa pregunta que ha acompañado a la humanidad desde sus inicios: ¿Qué viene primero, el huevo o la gallina? Yo soy de la opinión de que el principio está en el huevo, no podría fundamentar por qué, pero me suena más razonable.
Lo que sí es más interesante es qúe va a desaparecer primero del refrigerador, porque aquí la respuesta cambia. Seguro que alguien se come el pollo, no se ve muy apetitoso, pero es que después de hervir dos horas junto a un montón de verduras, más otras horas más congelándose solo en el refrigerador, nada se debe ver muy bonito.