1/28/2008

Braulio y Tiburcio

Hace bastante tiempo que le había prometido a algunos amigos que les prepararía un gazpacho andaluz para que probaran esta refrescante bebida veraniega, aprovechando que los tomates están bastante buenos y que ya no están más caros que las paltas, como ocurrió hace algunos meses, provocando que los churrascos italianos se poblaran de verde a la vez que gradualmente perdían el rojo de su histórica composición. La cosa es que estaba yo el viernes pelando tomates para cumplir la aplazada promesa cuando surgieron en mi memoria los primeros recuerdos que tengo de la Madre Patria, de un viaje que hicimos en Diciembre del '90 para pasar la Navidad en Sevilla con toda la familia de ese lado del mundo.

Pero no me acordé de las cosas típicas que recuerdo de ese viaje, que serían el olor de los puros que fumaba mi abuelo, los polvorones que mi abuela preparaba en la cocina, la Cabalgata de los Reyes Magos, el rinoceronte de Cortilandia que echaba humo por la nariz, las historietas de Mortadelo y Filemón, que una peseta era lo mismo que 3 pesos chilenos, las bebidas sin cafeína, la Fanta de limón, los parques y las palomas blancas, la primera vez que fui a un Mc Donald's, la Expo y su mascota Curro, el payaso Miliki, aprender a jugar ajedrez, los mapas del mundo que calcaba de un atlas, el muñeco narigón con cara de Felipe González o los cigarros de chocolate, entre otras muchas cosas que me llamaron la atención.

Lo que recordé mientras trituraba tomate, pepino, cebolla y pimentón en la juguera fue a Braulio y Tiburcio, dos de los personajes principales de "Pajarracos de Sevilla", un cuento con el que mi abuelo nos mantuvo ocupados algunas noches de ese viaje. La cosa funcionaba así: él creaba el cuento y dictaba, yo escribía y la Xixi hacía las ilustraciones, las cuales eran calificadas con frutas, en una escala que no recuerdo muy bien como funcionaba, pero creo que la mejor nota era la manzana y la peor las uvas. Todo surgió de la obsesión que teníamos con un parque que quedaba al lado del edificio, en la calle República Argentina, que estaba repleto de palomas, patos y gorriones, entre otras aves, a las cuales íbamos frecuentemente a alimentar. Mi abuela dejaba migas de pan en la terraza y nosotros nos asomábamos a esperar que llegara algún pájaro a comer.

Y así nació "Pajarracos de Sevilla", un cuento casi épico que contaba las vidas de algunos de estos pájaros, que tenían nombres rarísimos, muchas alegrías y penurias también. Si mal no recuerdo, el protagonisto absoluto era Braulio, Tiburcio era un amigo de Braulio por alguna circunstancia, y había un pato con una historia tristísima, que puede haberse llamado Silvestre... Nunca llegamos a terminar el cuento mientras seguimos en Sevilla, sólo me acuerdo que quedó en cuando Braulio recibía una terrible noticia, algo había pasado en Santander relacionado con Tiburcio, por lo que iba a tener que emprender un largo viaje recorriendo la península ibérica para solucionar esta situación.

Volvimos a La Serena dejando la historia hasta ahí, y con la promesa que eventualmente terminaríamos de escribirla por nuestra cuenta. Como suele pasarme con casi todo, esto fue aplazado por varios meses, me atrevería decir que casi dos años, hasta que la historia por fin tuvo final. La calidad literaria bajó bastante, hay que reconocerlo, no sólo porque mi abuelo es, entre otras cosas, un gran aficionado a la lectura con un par de libros publicados sobre economía, mientras que yo no tenía ni 10 años y mi gran logro era haber escrito un poema (que hoy me da una vergüenza atroz) sobre las Fiestas Patrias en el colegio. El problema era que yo no tenía ni idea de qué había entre Sevilla y Santander que fuera digno de comentarse. Traté de llevar el cuento a la realidad nacional y lo primero que se me ocurrió es que si Santiago era la capital de Chile, y era ruidosa y contaminada, Madrid tenía que ser el equivalente allá, con lo que al pasar por Madrid, Braulio caía muy enfermo por todos los excesos urbanos, situación que mejoraba poco tiempo después de dejar la capital, con los aires limpios y la tranquilidad campestre que yo me imaginaba que habría en Castilla y León.

Pero sin duda, el giro más surrealista que le di a la historia fue cuando Braulio conocía en Burgos a una paloma que venía nada más y nada menos que de la Plaza de Armas de La Serena... La paloma en cuestión, que se llamaba Juan (ojo con la originalidad del nombre), había emigrado a España buscando el verano, como una cosa pajarística absolutamente normal. Sin darme cuenta, los 700 kilómetros de ardua travesía de Braulio entre Sevilla y Santander quedaban reducidos a un paseíllo menor al lado de los más de diez mil que el palomo chileno había recorrido tranquilamente escapando del invierno del Hemisferio Sur. Poco entendía yo que esa paloma, con suerte, podría llegar a Paihuano si es que se dedicaba a volar por el resto de sus días, pero cruzar la Cordillera, la pampa argentina, el Amazonas y el Atlántico estaba algo sobreestimado.

No he logrado acordarme como terminaba la historia. El palomo Juan probablemente ni siquiera llegó a Portugal, pero él era sólo un secundario, así que en cualquier caso su historia no siguió. Braulio llegaba a Santander, y seguramente solucionaba todos los problemas con un final feliz, que yo en esa época no iba a escribir un final triste para este pobre pajarraco sevillano. Pero aún cuando a esa edad no había malicia alguna en la escritura, recuerdo un pasaje del encuentro entre Braulio y Juan que todavía me llama mucho la atención, y que puede tener lecturas bastantes alejadas de la ingenuidad infantil. Juan le comenta a Braulio que está muy sorprendido porque las palomas en Chile son...

Negras! Mientras que las palomas europeas son blancas y limpias... Fuerte, o no? Sin querer le imprimí al cuento un toque racial bastante insólito, del cual no fui consciente hasta que me puse a analizar demasiado las cosas. Fotocopiamos un montón de ejemplares que mandamos por correo a toda la parentela española. Hago un llamado a todos ellos, si tienen en su poder algún ejemplar del libro, por favor mándenme una copia como sea, que tengo muchas ganas de releerlo. A lo mejor lo publico en el blog, previa censura, claro está, que quién sabe qué más cosas subliminales horribles puedan tener esas hojas...