10/02/2006

Provincianos en el Metro

Hoy día volviendo a mi casa después de una acortada jornada universitaria, fui testigo de una situación bastante graciosa... Iba subiendo por la línea cinco, cuando en alguna estación, creo que en Camino Agrícola o por ahí, se sube una señora con dos quinceañeras sonrientes, mirando todo y sin parar de hablar.Iban las dos con la nariz casi que pegada a la ventana haciendo comentarios de todo lo que veían. La señora que las acompañaba, habrá sido la mamá, era una señora bajita, hipermaquillada, con zapato taco de aguja y el pelo negro bien largo. Seria, muy seria, observaba a las retoñas. La cara las delataba: eran del sur. Esto lo intuyo nomás, cara de nortinas no tenían, y santiaguinas no eran tampoco.
La cosa es que llegamos a Baquedano y yo raudamente me bajo a cambiar a la línea uno. Ya arriba del vagón, y cuando ya sonaba el timbre de cierre de puertas, entran a mi vagón, las tres hiperventilando, tropezándose y muertas de la risa. Mientras se recomponían, una de las chiquillas, la más avispada y la que al parecer las había liderado en el cambio de línea, cachetona se pone a leer los nombres de las calles que intersectan con cada estación: "En Ahumada nos bajamos..." No pude contener la risa ante la evidencia del error cometido. Entrando a Salvador se asoman las dos a la ventana, y leen el nombre de la estación. La ex-cachetona, ahora avergonzada, comienza a explicarle la situación a la señora madre, que no entiende nada mucho.
Pero no se bajan. Comienza el cierre de puertas y se quedan las tres pegadas en el vagón, estáticas y con un semblante que trataba de parecer calmado, pero que mostraba el pánico que las empezaba a consumir... Ya en el trayecto a Manuel Montt, se atreven a preguntarle al que tenían más cerca (por más cerca me refiero al que le respiraba en la nuca), que qué hacían, no habían pasado piola así que la instrucción fue clara: se bajan y se cambian de andén. Incluso les señalaron cual era la escalera para hacer el cambio, sino capaz que salieran a tierra y volvieran a entrar. Se bajaron, con una mezcla de risa y vergüenza, y seguro impresionadas de la parquedad de los santiaguinos, que no las pescamos ni en bajada hasta que pidieron ayuda... Lo reconozco: podría haber seguido hasta El Golf observando que hacían las pobres. Que habrá sido del resto de su día, ni idea, seguro llegarán de vuelta a Loncoche, Coihaique o Ensenada contando de sus aventuras en la capital...
Pero bueno, esta situación me llevó a revisar mi propio anecdotario personal de ex -provinciano, que venía de Serena (je) a la capital a disfrutar de todos los mundanos placeres que me ofrecía. Léase: ir a ver películas en un cine con pochoclo y sin pulgas, comerme un helado Yogen Früz en el Parque Arauco, pasear por la Feria del Disco, o Musimundo cuando existía, y por supuesto, ver el Canal Rock&Pop en el depto de mi abuela. Pero una de las cosas más interesantes era esto del transporte público... En La Serena, caminábamos hasta la ruta 5, donde las 3 micros que habían, todas dadas de baja en Santiago por tener más de treinta años de servicio, paraban en una "intersección" con un camino de tierra, al lado de un descampado donde alguna vez se anunció que construían un hospital y nunca pasó nada, y al frente del "Pollo al Paso", un remake serenense del Pollo Stop que ya no se si funciona, pero el "establecimiento" sigue ahí varado en medio de la carretera, toda un reliquia. No había como perderse, para ir al centro, te servía casi cualquiera que pasara. Estaban la Liserco (LInea SERena COquimbo) y la Lianco (LInea ANtena COquimbo). La Lianco no servía. La Liserco te dejaba en el centro de todas maneras, una se iba por la carretera y subía por Francisco de Aguirre, la otra se iba por detrás, daba una vuelta por no se donde y llegaba por Balmaceda directo al centro. Y eso era más o menos.
En Santiago, para mi era impensable subirme a una micro. Si tenían tres números! Y la verdad es que como mis movimientos consistían en su mayoría de trayectos cortos y en un radio de acción chico, lo mejor para mí era el metro. Y, como mucho, un metrobús en la escuela Militar que me dejaba en la puerta del Parque Arauco. En el metro me sentía seguro de que iba a llegar a destino y que era imposible perderse. Me subía en Tobalaba para ir al dentista en Alcántara, un trayecto que jamás me hubiera atrevido a hacer a pata por miedo de desaparecer entre tanto auto, ruido y smog.
Con el tiempo agarré "confianza", y alguna vez, ahí por el 97 o 98, estando en la casa de mi abuela con mi no menos huasa hermana Ximena, mi primo el tropicaloide, recién llegado de Puerto Rico, Panamá o algún otro lugar perdido en Centroamérica, y alguien o alguienes más que no recuerdo, decidimos ir a pasear al Parque Arauco. Llegados a la estación, yo, el capitalino, sugerí que compráramos un boleto valor, que era mucho más conveniente, para gente que hacía tantos viajes como nosotros... En la antigua estación Tobalaba, la entrada al andén era dividida, o sea, una entrada para Escuela Militar, otra para San Pablo. Yo, el entendido, ni miré adonde estábamos entrando, total, yo sabía adonde íbamos... Una vez en el andén, me doy cuenta: leí dirección Escuela Militar, pero al otro lado de la línea... Avergonzado, le comuniqué la noticia al grupo. Pero no conforme con la estupidez cometida, llevé mi falta de ubicación y ridiculez al límite, tratando de guiarlos al otro andén...
Y saben que hice? Subimos por la misma escalera por donde habíamos entrado, los incentivé a saltar la entrada, hacia afuera, ante el estupor de la gente que nos miraba, y nos dirigimos a la entrada para el otro andén, donde nuestro "económico" boleto valor volvió a ser marcado... Y yo, para coronar mi ya notorio provincianismo, iba quejándome de que la entrada no estuviera conectada a los dos andenes...
No fue hasta años más tarde que descubrí que el cambio de andén también se puede hacer por la salida.