9/29/2012

Pelo

Siempre ha sido un tema. Tengo varias teorías al respecto: que me crece demasiado rápido, que tengo la cabeza un poco deforme, que crece para arriba, que no crece uniforme por toda la cabeza, liso por una parte, ondulado más allá, y con rulos rebeldes salpicados... Por lo mismo, un corte decente no me dura nada, y un buen corte inicial puede madurar en una catástrofe de marañas indomables en poco tiempo.

En los últimos años logré llegar a un buen equilibrio entre el corte macheteado-pero-estiloso que periodicamente me proporcionaba Soufi en la terraza de Agrestic, y el corte express-por-3-lucas de la peluquera de turno en un sucucho del Apumanque, usado exclusivamente en caso de emergencias impostergables, en el trayecto entre la salida de la oficina y el metro. Ahora la cosa cambió. Más allá de la evidente dificultad de mantener una peluquera a la distancia, el factor climático lo complica todo aún más.

Tras 6 semanas en SP, la situación era crítica. La clásica sesión de aplastamiento de cabello contra la cabeza de cada mañana, que en Santiago me ayudaba a mantener todo en su sitio por lo menos hasta la tarde, aquí dura hasta el pucho de media mañana. Y eso que estamos en la estación seca del año, y que este año ha sido especialmente seca... Breve descripción: nido de musarañas en el parietal, alerón escoboso en el temporal, virutilla usada en el occipital.

Como esta calamidad estética no aguantaba una semana laboral más, hace unos días, después de desayunar salí a buscar una peluquería que vi de pasada desde un taxi. Así llegué a la Barbearia Cesar, que inmediatamente me recordó a la Peluquería Parada, recientemente trasladada de local, víctima de la presión inmobiliaria por ocupar una de las esquinas más concurridas de Santiago. Típica "peluquería de caballeros", con tres butaca antiguas de cuero, tele prehistórica apagada, fotos familiares, cepillo con talco y navaja. Los peluqueros, 2 señores perfectamente afeitados, con corte prolijo, definido y ordenado, y uniformados a la antigua usanza del oficio.

Mientras esperaba mi turno, me fijé en el corte estándar que le iban haciendo a los clientes.Emparejamiento con máquina, desde la nuca hacia arriba, dejando la característica forma de cabeza de muela. Posteriormente, navaja afilada contra la nuca, dejando el cogote pelado, en mi opinión, desde una altura demasiado notoria. En resumen, un corte muy muy feo.

Llegado mi turno, la odisea de explicar en portuñol qué tipo de corte quiero, sin saber siquiera cómo se dice tijera en portugués, para evitar salir de ahí con un crew-cut premolar. Sacar volumen, dejando un largo razonable. No fue fácil, pero pareció que me entendió. Al menos guardó la máquina y sacó unas tijeras, yo me saqué los anteojos, y ya llegado ese punto no queda más que callar y entregarse a las manos del experto, que no hay vuelta atrás.

El resultado, debo decir, fue bastante satisfactorio. Después de varios minutos de tijeretazos firmes, el peluquero amablemente me pasó los anteojos para dar el visto bueno. Vista frontal ok. Lateral ok. Hasta que llegamos a la posterior... Con la tijera, había cortado una línea de pelo en el cogote desde donde pasaría la navaja. Era bastante más arriba de lo que me hubiera gustado. Ya nada que hacer. O pasa la navaja, o me deja con una línea de cuero cabelludo expuesto a la mitad de la nuca, y si bien la segunda alternativa podía haber sonado tentadora, el deber de trabajar como una persona serie el lunes siguiente me aconsejó lo contrario.

Ya pasados varios días del corte, ya comienzo a notar los futuros focos de maraña, hay una que otra mecha rebelde que ya debo considerar. Normal. La duda es cuando lograré volver a emparejar la ya incipiente pelusa de la mitad inferior de la nuca con el resto de la cabeza...

9/07/2012

SAO

Una de las curiosidades de trabajar en la industria aérea es que las ciudades dejan de ser ciudades... Pasan a transformase en códigos aeroportuarios IATA, acrónimos de 3 letras que para el peatón cualquiera no significan nada, pero que para al trabajador aeronáutico son pistas de aterrizaje, puntos de conexión, origen-destino, tráfico, congestión, slots...

Así, Santiago pasa a ser SCL, Madrid es MAD y México DF MEX. Es el slang de la industria.

Por lo mismo hoy me es normal referirme a São Paulo simplemente como SAO, un exceso de confianza mayúsculo, por no decir patudez, cuando te tienes que enfrentar por primera vez a una ciudad como esta. No vale aplicar diminutivos en un lugar donde pareciera no haber límites físicos, si hay bordes son difusos, y las fronteras son demasiado lejos como para considerar que existen.

Por aquí los paulistas se refieren cariñosamente a su ciudad como Sampa. Espero con el tiempo ganarme el derecho de incorporar el sobrenombre, y dejar SAO para las horas laborales.